Para fanáticos de Juego de tronos

Canción de Hielo y Fuego es una de las sagas más increíbles de los últimos tiempos. Cada uno de sus cinco libros y su adaptación a la televisión resulta colosal. Desde la pasión de sus fans hasta el catálogo de personajes. Ante el estreno de la cuarta temporada, nos adentramos en su cuartel general de Belfast para mostrarte todos sus secretos.

Se abre la puerta y surge un fortín. Cientos de cascos, flechas y escudos abarrotan las paredes y repisas de la habitación. Una ballesta reposa holgada sobre la mesa y, en el centro de la sala, un hombre fornido empuña una espada. Sonríe orgulloso y la hace girar dentro de su mano. Tommy Dunne, el maestro armero de Juego de tronos, no parece haber reparado en la presencia de varios intrusos, y solo su peto vaquero rompe el espejismo: es un personaje real. Junto a dos ayudantes, ha fabricado todas las armas que aparecen en la mastodóntica serie, cuya cuarta temporada se estrena el 6 de abril, en Estados Unidos, por la cadena HBO. Según aseguran desde HBO, este proyecto no tiene nada que envidiar a cualquier producción cinematográfica en cuanto a dimensiones, relevancia y calidad. Tampoco respecto a su presupuesto. La primera temporada supuso una inversión de más de 43 millones de euros, según confirma su presidente de programación, Michael Lombardo, en The Wall Street Journal. Y aunque desde la cadena HBO eluden dar cifras actualizadas, sí reconocen que ha sido la más barata hasta el momento.

La fragua de Dunne ya está amortizada. De ella han salido desde las dagas de los extras hasta la espada Hielo, a cuyo filo está ligado el destino de este drama feudal que cuenta con más de 14 millones de espectadores solo en Estados Unidos. Desgraciadamente –bromea el armero– no ha sido forjada con acero valyrio, como se especifica en Canción de hielo y fuego (Gigamesh), la exitosa saga de George R. R. Martin que inspira la producción televisiva. Aun así, ha requerido seis semanas de trabajo y “podría alcanzar un precio de 4.000 euros en el mercado”. Únicamente para los personajes principales, Dunne mantiene en perfecto estado de revisión 369 estoques. “Solemos hacer el mismo modelo por duplicado: uno, llamémoslo real, para los planos cortos, y otro, más ligero, para las escenas de lucha. Aunque algunos actores prefieren utilizar siempre el pesado porque les ayuda a meterse en el papel. Y no diré cuáles son”, advierte.



Traspasados sus dominios, aparece un muelle. Se trata de los astilleros de Belfast (Irlanda del Norte) que el equipo de la cadena estadounidense ha convertido en cuartel general de Juego de tronos. En el centro de la explanada se levantan dos enormes naves, hermanas siamesas de las que, unos kilómetros más allá y un siglo atrás, albergaron la construcción del Titanic. En vez de transatlánticos, hoy acogen 10.100 metros cuadrados de escenarios interiores: la habitación de ­Joffrey Baratheon, el calabozo de Theon Greyjoy y, por supuesto, la sala del trono. Es como un pueblo temático que abre de junio a octubre, con sus restaurantes, sus romances internos y hasta una mascota propia, Molly, la perra del departamento de vestuario.

“La línea que separa la televisión de categoría de las películas mainstream se está estrechando cada vez más”, reflexiona Charles Dance, el veterano actor británico que da vida a Tywin Lannister. “Si quieres encontrar buenos guiones y buena calidad, hoy tienes que buscarlos en las series, especialmente en las estadounidenses, porque se gastan el dinero en las cosas correctas: escritores y producción. Juegos de tronos es mucho mejor que la mayoría de películas que están ahora en cartelera”.

Además de en Belfast, la serie se rueda en Marruecos (Astapor), Croacia (Desembarco del Rey) o Islandia (Castillo Negro). Y siempre hay dos equipos filmando al mismo tiempo en distintas localizaciones. Se hacen llamar a sí mismos lobos y dragones. Uno de los escenarios más importantes, el muro, no está ubicado en ningún paraje polar, sino en el interior de un almacén del puerto irlandés. Allí se erige la reproducción en poliespán de esa fortificación de 214 metros que separa los Siete Reinos de las tierras salvajes y que está inspirada en el muro de Adriano.

Cada vez que se rueda, un equipo rocía toda la superficie con cera tibia y luego la salpica con sal para que en pantalla tenga la textura y el brillo adecuados. Se necesita un tráiler solo para trasladar la inmensa lona que lo rodea y en la que se incorporan digitalmente los paisajes. “HBO emplea a más de 150 carpinteros, pintores y peones locales para crear, mantener y adaptar los decorados”, cuenta el jefe de construcción Tom Martin.

Kit Harington, el actor que da vida a Jon Nieve, durante la grabación en Magheramorne (Irlanda del Norte), donde se levanta el cuartel de la Guardia de la Noche.
Todo se mima al detalle: las vidrieras, las columnas, incluso los jarrones que aparecen sobre las mesas. Por pundonor profesional y –nadie lo niega– por lo especialmente exigentes que resultan los fans de Juego de tronos. “Implacables es la palabra”, bromea Tom Martin. La saga de George R. R. Martin fue un éxito desde la publicación de su primera entrega en 1996 y dio lugar a un ejército de apasionados lectores que dominan cada metro cuadrado de los Siete Reinos. Una comunidad a la que ahora se unen los millones de seguidores de la serie, entre los que destaca Madonna, que ha llegado a disfrazarse incluso de Daenerys Targaryen. “La base de seguidores es lo que nos hace lo que somos. Pero ya no entro en redes sociales”, reconoce el guionista Bryan Cogman. “Un día me pasé tres horas discutiendo en Twitter con un tío sobre un diálogo que yo ni siquiera había escrito, cuando debería haber estado terminando un guion. Lo mejor es concentrarte en tu trabajo y esperar que le guste a la gente sabiendo que es imposible que convenza a todo el mundo”, argumenta el autor de capítulos como Las lluvias de Castamere, también conocido como La boda roja.

Kristian Nairn, Hodor en la ficción, asegura que el fenómeno fan se ha disparado exponencialmente en el último año. El pasado mes de julio, este inmenso irlandés de 2,10 metros acudió a la Comic Con de San Diego. “Entré en el recinto y vi cómo 700 personas venían hacia mí en plan The walking dead. ¡Incluso hubo una chica que se ofreció a regarme las plantas!”, recuerda entre carcajadas. Y eso que el discurso de su personaje se reduce a una sola palabra: Hodor. Charles Dance fue uno de los invitados estrella del último Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges y vivió una experiencia paralela: “La gente empezó a gritar y a silbar. Me sentí Mick Jagger. Fue genial”.

Para Liam Cunningham, Lord Davos Seaworth, una de las claves del éxito global de Juego de tronos es que resulta totalmente impredecible. “Los personajes principales mueren sin previo aviso. Ha inaugurado una nueva forma de hacer drama televisivo”. La audiencia, perdida la ingenuidad y acostumbrada a cada vez más quiebros argumentales, premia a los productos que consiguen algo tan difícil hoy día como es sorprenderla. Y Juego de tronos lo hace. La boda roja, el noveno capítulo de la tercera temporada, es uno de los que más expectación y comentarios han generado en la historia reciente de la televisión.

Célebres son ya los vídeos de YouTube en los que se recopila la reacción de los televidentes –y de algunos actores– durante sus infartantes minutos finales. Para el guionista Bryan Cogman, que proviene del teatro, esta ha sido la experiencia más cercana a las tablas que ha vivido tras la cámara. “Había un hombre mayor que trataba de averiguar cuántos Stark [guardianes del Norte y una de las familias en liza por el poder] quedaban vivos. Terminaba llorando y gritando: ‘¡Dios, ninguno de ellos puede reunir un ejército!’. Por eso hacemos esto: para emocionar a la gente así”. Y para ello, entre otras cosas, despliegan un vasto y efectista catálogo de decapitaciones, ampu­taciones y ensartamientos. La web funeralwise.com calculó que en cada episodio de Juego de tronos fallecen una media de 14 personas.



Y, como en la vida misma, la muerte no distingue entre clases sociales ni honorarios. Iguala con la misma crueldad a extras y protagonistas. “En HBO, cuando necesitamos sexo o violencia no nos andamos con melindres. Nuestro desafío es no repetirnos matando gente”, bromea Cogman.

John Bradley, que encarna al inesperado superviviente Samwell Tarly, defiende que la profusión de cadáveres y sangre no es un recurso gratuito. “Es una violencia con consecuencias. Hay un personaje fundamental que tiene que morir en la primera temporada para que todo lo demás suceda. Y esa es una de las grandezas de Juego de tronos. Cuando alguien desaparece, cuando pasa algo, sabes que repercutirá en la historia global, que cada acto transforma el argumento irreversiblemente, y te preguntas a quién afectará, cómo cambiará las cosas”. Responder a esas preguntas sin que la narración decaiga y sin traicionar el espíritu de la obra original es el gran reto de David Benioff y Dan Weiss, creadores y guionistas de la serie. Una responsabilidad que no les ha hecho renunciar a sus ya famosas bromas. Kit Harington es uno de sus blancos preferidos. “Cuando me incorporé esta temporada, estaban preocupados porque estuviese un poco bajo de forma. Me pasaron el primer guion y en un punto concreto habían escrito: ‘Jon Nieve [su personaje] parece débil y cansado como si llevase meses sin pisar un gimnasio”, cuenta el actor en un descanso del rodaje.

Daenerys Targaryen, y Daario Naharis. 
A sus espaldas se levanta el cuartel de la Guardia de la Noche. En un valle de la comarca de Magheramorne, a una media hora de la capital de Irlanda del Norte, un centenar de hombres barbudos y envueltos en capas comen raviolis en sus bandejas de plástico. Una imagen tan surrealista como la de Harington con armadura y gafas de pasta. El actor de 27 años asegura que ha leído la saga hasta el momento justo en el que se encuentra su personaje en la serie. Ni una página más. “No quiero saber si vive o muere. Prefiero la sorpresa”. Tampoco ha osado preguntar a George R. R. Martin. El autor escribe un capítulo por temporada y está muy implicado en el proyecto de la cadena estadounidense. La televisión no es un medio nuevo para él. Como ha reconocido en múltiples ocasiones, su trabajo en series como La bella y la bestia, emitida en la CBS en 1987, le ayudó a preparar Canción de hielo y fuego. De hecho, y como recuerda entre risas Cogman, decidió empezar a escribir novelas porque “sus productores se quejaban de que las batallas que ideaba eran demasiado colosales para ser rodadas”.

Hoy, la cadena HBO las ha convertido en carne desgarrada y hueso roto. Pero antes de la superproducción, de los zigzagueantes guiones y las magníficas interpretaciones de Peter Dinklage (Tyrion Lannister) o Jack Gleeson (Joffrey Baratheon), antes del fenómeno televisivo existió la obra literaria. Planteada como una heptalogía, cuenta con cinco tomos publicados –el último de ellos en 2011–, tres novelas cortas que pueden entenderse como una precuela y otro grupo de relatos dedicados a distintos personajes de la serie. Todo un universo limitado por cuatro continentes, con sus respectivos reyes, leyendas y características, e incluso con un sistema de medidas y pesos propios. Martin nunca ha negado la influencia de la obra de J. R. R. Tolkien, pero en Canción de hielo y fuego deja sentir un mayor interés por los elementos históricos que por los fantásticos, aunque incorpore dragones, monstruosas criaturas no muertas y magia. Los expertos aseguran que en su saga pesa especialmente como referente la Guerra de las Rosas, sobre todo en la forma en la que fue representada por ­Shakespeare. El sangriento conflicto por el trono de Inglaterra que enfrentó a la casa de Lancaster contra la de York en la última mitad del siglo XV guarda innegables semejanzas con la contienda que mantienen los Lannister y los Stark en páginas y pantalla.

“George tiene una mente sobrehumana, y si no hubiese sido un escritor de éxito, seguro que le habría causado problemas. Es una habilidad que hace difícil encontrar tu lugar en la sociedad, que te aparta un poco”, cuenta John Bradley. El actor asegura que Samwell, su personaje, es también el vehículo a través del que R. R. Martin se proyecta en sus libros. El intérprete confiesa que a menudo suelen discutir sobre él: un chico tímido y “con profundas cicatrices psicológicas” que parece destinado a fracasar, pero que, de momento, ha conseguido sobrevivir a su encuentro con los Otros, unas legendarias y mortales criaturas.

El autor ha creado un ambicioso catálogo de caracteres tanto por su complejidad como por sus dimensiones: más de 30 roles principales, según calcula Cogman. “George sigue introduciendo gente, pero nosotros tenemos que adaptarnos para que la serie no se colapse bajo su propio argumento”, adelanta el guionista. Pero la superpoblación de Poniente (el continente de los Siete Reinos) tiene su parte positiva, y es que permite articular historias de todo tipo, como resume Maisie Williams (Arya Stark), de 18 años: “No se restringe al género fantástico. Toca todos los temas universales y hay muchas tramas. Alguna de ellas te va a interesar seguro”.

Guerras, luchas de poder, intrigas familiares, venganza, amor y sexo. Mucho sexo. En todas las variantes posibles, incluido el incesto. Las escenas de cama (pared o suelo) de Juego de tronos han sido objeto de un concienzudo escrutinio: ocupan exactamente 23 minutos de las 30 horas emitidas hasta el momento. Y hay un desnudo masculino por cada siete femeninos. Alguno de ellos, con truco. Kristian Nairn confiesa que pidió que le hicieran una prótesis para el suyo. “Parece ridículo, pero con ella me sentía mucho más seguro delante de los niños [su compañero de reparto Isaac Hempstead-Wright tiene 15 años]. Aun así, era muy raro”, recuerda.

Irónicamente, este tipo de escenas suponen un desafío para el departamento de vestuario. “Nos pasamos horas pergeñando cómo hacer que se caiga todo el vestido tirando de un solo cordón. En la vida real hay que currárselo un poco más”, bromea su directora. Michelle Clapton coordina a 90 personas consagradas a la elaboración de las prendas de actores y extras: desde los lujosos vestidos brocados de Cersei Lannister hasta las complejas estructuras que llevan los Otros, pasando por los uniformes de los soldados.

En una enorme sala, un ejército de salvajes espera en formación con sus abrigos de pieles destrozados, sus botas y sus pantalones remendados. Solo una aproximación más cercana revela que se trata de sus carcasas, de sus atuendos colocados en interminables perchas de las que además penden centenares de fotos. “No elaboramos tallas únicas. Cada pieza está cosida y adaptada a las medidas exactas del actor que la va a llevar, y por eso están marcadas con su imagen”. En el caso de los salvajes, además, la vestimenta debe tener un aspecto gastado, “así que después de un rodaje, cuando se llena toda la piel de barro, se lava y luego se vuelve a ensuciar a mano, una a una, falsa e higiénicamente”.

En su equipo cuenta incluso con un maestro orfebre florentino, Giampaolo Grassi, dedicado en exclusiva a la elaboración de armaduras, coronas y alguna preciada prótesis que será determinante en la cuarta temporada. Pese al tamaño del departamento, más grande que la mayor parte de los ateliers españoles, a veces resulta imposible dar abasto, según asegura Chapman. Entonces recurren a proveedores externos, entre los que se encuentran la sastrería madrileña Cornejo. Dimensiones titánicas y meticulosidad en los detalles: el departamento de vestuario es una buena metáfora de Juego de tronos, desde los guiones hasta la espada Hielo.

Un Lujo para la cuarta temporada: 

Si algo le faltaba a la expectativa que genera esta cuarta temporada de Juego de Tronos, es que la Filarmónica de Nueva York, toque la intro de la serie. Un lujo. A disfrutarlo!



Fuente: El País de España

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